A lo largo de mi vida he tenido varios trabajos, y uno en concreto me trae muchos recuerdos tanto por las emociones vividas como por lo desagradable que podía ser a veces. Durante una temporada me dediqué a vaciar pisos de gente que era deshauciada, el juez daba la orden y un amigo y yo, con un pequeño camión hacíamos el trabajo sucio, ya digo que en ocasiones era muy desagradable. No era como ahora tampoco, en aquellos tiempos no teníamos esta crisis y la mayoría de los deshaucios eran tranquilos y no eran familias que no podían pagar sus hipotecas, más bien eran okupas o pisos que simplemente habían muerto sus inquilinos o desaparecido. Por eso la mayoría de los trabajos consistían simplemente en vaciar de muebles y enseres los pisos. Todo lo acumulado en una vida, que ahora iría a la basura, o si tenía algún valor, a subasta.
Y ese fue el caso del piso de Catalina D. B., una anciana que falleció en un viejo piso del eixample de Barcelona, la mujer no tenía familia y fuimos nosotros los que nos llevamos la gran sorpresa al encontrar lo que ese piso escondía. Requeridos por el propietario del piso, y acompañados de una funcionaria del juzgado y de un cerrajero que abrió la puerta entramos al inmueble de Catalina D.B. una fría mañana de Enero de 2002.
Era un piso enorme, al abrir la vieja puerta de madera se mostró ante nosotros un inacabable y oscuro pasillo. La funcionaria dio un paso adelante y nosotros fuimos tras ella, el cerrajero sacó una cerradura nueva y se dispuso a cambiarla por la que acababa de romper.
El olor era intenso, y mezclado con esa oscuridad creaba un ambiente tétrico, la funcionaria fue corriendo cortinas a lo largo del gran pasillo, los cuatro grandes ventanales daban a un patio del interior de la gran manzana del eixample, lleno de matorrales y arboles descuidados, y una pequeña fabrica abandonada ocupada por una gran colonia de gatos sin dueño. A medida que entraba más luz, parecía despertar el polvo dormido de mil años, que revoloteaba alrededor nuestro mezclándose con los primeros rayos de sol que entraban en esa casa desde hacía mucho, mucho tiempo. Fue entonces cuando comprendimos que clase de persona había vivido allí. De las paredes contrarias a las ventanas colgaban cuadros con imágenes de Cristo, Santos y Vírgenes de todo tipo, sobre el umbral de la puerta que daba a un gran salón, una estatuilla de la Virgen de Montserrat cubierta de polvo nos observaba con un gesto que parecía de tristeza. En el gran salón todavía muy oscuro se podía entrever unos muebles clásicos de los que intuía un gran valor, una librería llena de libros cubría la pared de la derecha, en el centro, dos sillones con tapicería roja e hilo dorado, y más a la izquierda, una gran mesa de centro de mármol blanco y madera tallada. Sobre esta aún había un vaso de agua medio lleno, mezclada con polvo.
Mi amigo me dijo que abriera la ventana que se encontraba al otro extremo del salón, para lo cual pasé entre la mesa y la pared de la izquierda donde se encontraba otra gran librería con libros polvorientos, frente a mi, en la pared del fondo se escondía bajo las cortinas una ventana y bajo ella lo que parecía ser otro sillón. En la oscuridad me acerqué a el hasta tocarlo con las piernas, con mis rodillas presionando el sillón comencé a subir la ventana del salón, en el momento que la funcionaria del juzgado gritó de tal manera que solté la persiana de golpe quedando esta a medio subir, un rayo de sol envuelto de un torbellino de polvo caía sobre el, y en el, aún sentada estaba ella, Catalina. La poca carne que le quedaba se pegaba a sus huesos dándole un aspecto de pesadilla. Iba vestida con una bata de seda roja y negra y tenía la cabeza ligeramente ladeada y apoyada entre un cojín dorado adornado con borlas y el propio respaldo del asiento. Sus manos esqueléticas estaban cruzadas. Al mirarla a escasos centímetros de mi, sentí una mezcla de miedo y lástima, cuando entró corriendo el cerrajero volví al pasillo y acompañe a la puerta a la chica de los juzgados que ya estaba llamando a la policía.
Al llegar la policía apareció algún que otro vecino que de pronto, recordaron que no veían a la anciana desde hacía meses, y además recordaron haber notado mal olor en el rellano al pasar frente a la puerta de su anciana vecina.
Cuando la policía entró, encontró a la mujer muerta en el salón, sentada en su sillón favorito. Al parecer había muerto plácidamente, o eso parecía, porque conserva aún una especie de sonrisa de paz en su rostro. Al encontrarse sola pasó desapercibida su muerte. Nadie la oyó pedir ayuda. Nadie la echó de menos. El forense dictaminó que llevaba 7 meses muerta.
Cuando empezamos a recorrer el piso tuvimos la certeza de que se trataba de una mujer muy creyente pues habían imágenes religiosas por todas partes. A pesar de que parecía una mujer rica, en la casa no parecía haber nada de valor, exceptuando los muebles que se podían considerar antiguedades, un joyero con algunas joyas de oro y plata, y una caja de plata del tamaño de una caja de zapatos que tenía marcadas las iniciales B.B.M.
El recuerdo de lo vivido esa mañana fué muy intenso durante los dias siguientes, y no paraba de pensar en la anciana muerta a mi lado y la caja de plata que me atraía fuertemente. Los muebles y objetos permanecían en nuestro almacén hasta que el juez dictaminara que los objetos podían ser subastados, en ese momento mi jefe lo compraría todo a precio de saldo y lo vendería a algún anticuario. Una tarde cuando volvimos de un pequeño trabajo entré en el almacén y pasé por al lado del box que contenía las pertenencias de Catalina D.B., abrí la puerta no se bien porqué y me quedé observando la caja de plata que estaba cerrada con llave ... B.B.M. Ese misterio me atraía enormemente. ¿Quién era B.B.M?. Me puse a buscar entre los objetos, y en una bolsa, junto a varias joyas encontré una llave de plata, la llave encajaba en la cerradura de la caja, cerré los ojos y pensé: "perdona Catalina, pero siento que debo abrirlo, quizás seas tu quién así lo quiere". Y abrí la caja.
Una multitud de estampas religiosas fué lo primero que ví, bajo estas una decena de cartas con el papel amarillento que delata el paso de los años y un rosario con cuentas de madera marrón, lo saqué todo y lo dejé encima de una mesa. Tan solo quedaba dentro otra cajita de madera, esta sin cerradura, y allí encontré la historia más estremecedora y increíble que podía imaginar. Unas hojas perfectamente dobladas, escritas en catalán y a mano por Catalina contaban la increíble y terrible historia de su tia, Bibiana Bellver Martí.
En la primera hoja solo habían unas líneas que traduzco literalmente del catalán, el resto de la historia lo contaré con mis propias palabras para omitir reflexiones personales y alusiones a familiares de la pobre y atormentada Catalina.
Déu demanará que paguem amb dolor i sang, un per un, tots els descendents de Bibiana Bellver.
Per els seus pecats, que ara son els nostres. Per un mal tan gran que ara no es pot demanar el perdó.
Soc a les teves mans senyor.
Dios pedirá que paguemos con dolor y sangre, uno a uno todos los descendientes de Bibiana Bellver.
Por sus pecados, que ahora son nuestros. Por un daño tan grande que no es posible pedir perdón.
Estoy en tus manos señor.
Bibiana y Constanza Bellver Martí eran las hijas de Llorenç Bellver y María Martí.
En el año 1912 Llorenç Bellver era el más notable empresario de Manresa, en la provincia de Barcelona, poseía fabricas textiles con miles de telares en Barcelona, Sabadell, Terrassa y Manresa. Los telares de Terrassa, distribuidos en tres fabricas los había conseguido de Artur Masdéu un empresario de Terrassa al que logró arruinar a través del juego. Llorenç Bellver ambicionaba las posesiones de Masdéu, pues sabía que si se hacía con sus fabricas no tendría rival en Barcelona, ni en toda Catalunya en el negocio textil.
Ambos solían frecuentar los clubs de las altas esferas catalanas, la alta burguesia de la época. Además eran rivales políticos pues tenían una rivalidad marcada desde que sus familias se enfrentaran años atrás en las guerras Carlistas.
LLorenç, un hombre sin escrúpulos sabía de la debilidad de Artur por el juego y la bebida, más acentuada desde que dos años atrás Serafina, la esposa de Artur muriera de unas fiebres. Dejándole solo con su hijo Albert de 12 años. Una vez al mes se reunían en el club Maritim de la rambla de Barcelona, ninguno navegaba, pero era un club de ricos al fin y al cabo. Llorenç lo tenía planeado, cuando Artur estubiera bien ebrio lo invitaría a beber amigablemente, luego le propondría jugar a las cartas y más tarde le haría apostar sus telares de Terrassa. Y así fue, Artur Masdéu salió aquella noche del club Maritim sin sus tres fábricas de Terrassa. Pero aquella noche se perdió mucho más.
Artur humillado y ebrio ante sus colegas y conocidos se puso a llorar de rodillas ante Llorenç Bellver, suplicando que le perdonara la deuda contraida, pues esa pérdida le dejaría en una malísima posición. Pero Llorenç, lejos de ablandarse parecía disfrutar con la humillación pública de Artur. Al final el otrora grande señor Masdéu acabó suplicando a Llorenç Bellver que por lo menos aceptase una última demanda, que aceptase casar a una de sus hijas con el hijo de él, Albert. Llorenç pareció pensarselo poco y aceptó, tenía dos hijas Bibiana y Constanza de 14 y 12 años. Podría casar a Bibiana, a la larga quizás podría ser la heredera de Masdéu, o quizás solo lo hiciera por que consideraba que era apropiado para una chica de 14 años casarse y tener su propia familia. Llorenç aceptó y a los dos meses pese a la negativa de su madre, Bibiana Bellver se casaba con Albert Masdéu. Era el 15 de Agosto de 1912.
Los primeros años no fueron del todo malos, a Artur le funcionaban bien un par de factorías en Sabadell, pero a partir de que los jóvenes , de la misma edad, cumplieron la veintena Artur les exigía que tuvieran hijos para heredar lo poco que le quedaba, le horrorizaba la idea de que si su hijo moría sin descendencia todo sería para Bibiana Bellver y su padre.
El hombre se empezó a desquiciar, su adicción a la bebida era cada vez más grave. Cierto día, del año 1919, cuando Bibiana tenía 21 años, al volver Artur a la gran Mansión de Sabadell en la que vivían los tres, empezó a gritar a Bibiana, maldiciéndola por no tener hijos. Le gritó, insultó y finalmente le golpeó en el rostro con un bastón de madera que siempre llevaba. Albert, impasible contempló la escena, y lejos de socorrer a su esposa la insultó y despreció, dejándola allí tirada.
Por otro lado Constanza, en 1920, a los 20 años, se habia casado con un empresario de Tarragona, Ramón Darnius, heredero de un gran imperio vinícola y vivían en Gracia, en la parte alta de Barcelona. Con él tuvo tres hijos, Ramón, nacido en 1924, Lluis, nacido en 1926 y Catalina. Catalina, la pequeña, nació el 16 de Abril de 1928, cuando su madre, Constanza tenía 28 años.Su hermana Bibiana, de 30, seguía por entonces sin tener hijos y su marido y su suegro cada dia la atormentaban más. Pero ella tenía la esperanza de quedarse en estado algún dia y así arreglarlo todo, pero la historia fue diferente.
Bibiana acudió una mañana de octubre de 1929 emocionada a casa de Constanza, radiante de alegría y con lágrimas en los ojos le confesó a su hermana que por fín estaba embarazada, de tres meses, que ya no tenía dudas. Las dos hermanas rieron y saltaron de alegría. Catalina era un bebe de 18 meses, Ramón y Lluis de 5 y 3 años jugaban en el patio de la casa.
Bibiana llegó a casa con una botella de un gran vino que su hermana le regaló para celebrarlo con su marido. Pero Albert, su marido, nunca volvió, esa noche regresó su suegro, Artur, más borracho que nunca diciendo que su hijo se había quitado la vida, por culpa de ella, decía, por no darle hijos.
Artur enloquecido, amenazó con matarla, pues según el, todo era parte de un macabro plan, para así robarle todo los Bellver. Artur no tocó a Bibiana, salió de casa gritando y dejo sola a Bibiana, que lloraba. Pues a pesar de las vejaciones deseaba ser amada por Albert, amarle y darle un hijo. Ahora ya no quería ese hijo, deseaba morir, y arrancarse aquel niño de las entrañas. Bibiana enloqueció esa noche, si no lo estaba ya.
A la mañana siguiente, en Sabadell todo el mundo comentaba lo ocurrido aquella noche, Artur Másdeu, un conocido empresario de la ciudad, había enloquecido al conocer la muerte de su único hijo y había prendido fuego a sus dos fábricas situadas en el centro de la villa, en su locura, se enfrentó a uno de los policías que fueron a detenerle, causándole la muerte. En ese momento Artur era trasladado a la jefatura de policía de Barcelona. Y de allí a la cárcel.
Bibiana permaneció impasible durante días, hasta que su hermana, fue a buscarla y la llevó consigo a su casa de Barcelona. Pero Bibiana no era la misma, gritaba y lloraba continuamente, sin ningún motivo. Se volvió arisca y agresiva, bebía y fumaba continuamente, a pesar de su embarazo, y rechazó que la examinaran todos los médicos que su hermana le llevó.
La mañana del 6 de Enero de 1930, Bibiana hizo su maleta y cogió un tren a Manresa. Al llegar a casa de sus padres, su madre, María, la recibió con los brazos abiertos. Su padre Llorenç, la recibió con indiferencia. Llorenç de 58 años estaba más que nunca dedicado en cuerpo y alma a sus negocios, y pasaba días sin venir a casa, por lo que María agradeció mucho la visita.
María tardo poco en advertir el pésimo estado de salud, física y mental de Bibiana, así como hiciera su otra hija Constanza, la madre también trató de llevar a su hija al medico pero era imposible, la mujer se ponía violenta y al final un día desapareció de la casa familiar de Manresa, embarazada de 7 meses con un frio gélido en la zona central de Catalunya. Nadie la vio. Simplemente desapareció, era el 17 de Febrero , y comenzaba a nevar en Manresa.
En Sant Joan de Vilatorrada, población cercana a Manresa casi todos conocían las historias de la gossa vella (la perra vieja), era una anciana del pueblo tildada de bruja, loca y otros adjetivos poco amables. Seguramente por eso la mujer dejó el pueblo atrás y se fue a vivir a una casita en el bosque que había sido de su hermano, ya fallecido, un pastor del pueblo. Todos sabían que la gossa vella vivía allí, pero nádie se acercaba, excepto alguna mujer en busca de alguna poción abortiva o algún hombre o mujer con un terrible dolor de muelas. Todos la despreciaban pero sabían que ella tenía remedios que curaban los males que los doctores no curaban. Entonces se tragaban su orgullo e iban en su busca, la gossa vella sabía cobrar bien sus servicios.
Era media tarde, faltaban un par de horas para anochecer, nevaba y hacía frío. Joan Cardona, un pagès de Sant Joan de Vilatorrada cortaba leña en la puerta de su masia, los perros empezaron a ladrar, el primero en levantarse fue un perro negro, mediano al que le faltaba un trozo de oreja y unos pocos kilos, a continuación un gran mastín del pirineo, tan enorme como blanco se sacudió la nieve del lomo y ladró dos veces, pero no se movió más de dos metros, el perro flaco ya estaba a unos veinte metros y ladraba y gruñia a lo que parecía ser una mujer vestida de negro con una capa marrón. La mujer se desplomó.
Joan soltó el hacha y corrió hacia la mujer que yacía en el suelo, la mujer aunque joven, parecía enferma, su cara, un tanto demacrada denotava enfermedad, sufrimiento y tristeza. Pero lo que a Joan más le inquietó fué el comprobar que aquella mujer parecía estar embarazada.
El campesino era fuerte, levantó como si nada a Bibiana y la colocó en un camastro junto al fuego del hogar. Antonia, la mujer de Joan, le dió sopa caliente de patatas, apio y cebolla, la mujer se restableció un poco, y a los dos dias, aprovechando que no nevaba, partió andando hacia una casa de madera en el bosque, a unos pocos kilometros de allí. Una casa que le había aconsejado visitar Antonia, una casa a la que no se iba si no se estaba muy desesperado, la casa de la gossa vella.
No se sabe cual fué el precio pactado. Asusta solo pensar en el macabro peaje. Abortar un embarazo de siete meses. La gossa vella utilizó sus pociones más elaboradas, y seguramente también algún rito de las viejas religiones paganas, personas con fuertes vínculos a la naturaleza y dioses extraños y en ocasiones oscuros.
Así pasó Bibiana tres meses, entre la vida y la muerte, en una penumbra de recuerdos, dolor, remordimientos, entre la realidad y el sueño, entre dos mundos, sin saber a caso cual es el real, o si tan solo existe la realidad. Bibiana nunca despertó de esa pesadilla.
Cuando por fin se tuvo en pie, florecía una primavera en todo su esplendor, en el bosque todo nacía, y esa vida naciente era la que alimentaba a la gossa vella. Y también a ella. Aprendió de la anciana a diferenciar las plantas y hierbas, a cocinarlas o a preparar remedios con ellas. Aprendió a utilizar rudimentarias trampas para cazar pequeños animales para sobrevivir. Tenía agua cerca y estaban alejadas de los lugares habitados. Muy de vez en cuando se acercaba algún cliente, Bibiana aprendió a preparar pociones y conjuros, la joven ya no sabía quien era ni si había vivido allí toda su vida, pero en el fondo sabía que una parte de su ser había muerto cuando ella puso los pies en esa cabaña, lo sabía pero no pensaba en ello, lo encontraría y lo recuperaría.
Pasaron los años y Constanza no supo más de su hermana, la buscó por los alrededores de Manresa, en el rio Cardener, en los bosques de Montserrat, pero al final, la dieron por muerta. Celebraron un funeral en su nombre y todos siguieron sus vidas sin más.
Catalina tenía 8 años cuando estalló la guerra civil en España, era Julio de 1936. Veía que todos los mayores estaban nerviosos pero no sabía porqué. A los niños de su edad no les explicaban las cosas, un día le dijeron que su abuela María había muerto y al día siguiente vio a su abuelo Llorenç, un hombre alto y con bigote puntiagudo, con un bello reloj de oro en el bolsillo de su chaleco.
En Manresa todo el mundo estaba preocupado, como en toda España, por el devenir de la guerra, llegaría a Catalunya tarde o temprano. Las cosas no iban bien. Además estaba el tema de los niños. En tres años, justo desde que empezara la maldita guerra, habían desaparecido seis niños de Manresa, de entre 5 y 9 años. Los combates se acercaban, milicianos republicanos se abastecían de provisiones y armas para dirigirse al frente, a la frontera entre Cataluya y Aragón, pues las tropas franquistas se aproximaban al rio Ebro. Nadie se ocupaba ahora del tema de los niños.
Finalmente el 24 de Enero de 1939, finalizaba la guerra para los manresanos. En un último intento de resistir al ejército sublevado, los combatientes republicanos, antes de retirarse volaron todos los puentes de Manresa, pero no impidieron que las tropas franquistas tomaran la ciudad. El alcalde fue requerido a presentar obediencia al nuevo régimen, y se le ofreció a los ciudadanos empezar con buen pie si denunciaban a aquellos de sus vecinos que habían combatido en el bando republicano. Muchos vecinos fueron denunciados, algunos realmente eran republicanos, otros tan solo habían sido denunciados como "rojos" por sus vecinos por venganza, antiguas disputas, con la oportunidad que ahora se les brindaba, bastaba con señalarlos con el dedo para quitárselos de encima. Muchos fueron fusilados, otros corrieron a esconderse en las montañas. Llorenç Bellver fue uno de los que aprovechó para denunciar a algunos de sus vecinos, y así ganarse el favor del nuevo régimen.
Corría el año 1937, Bibiana llevaba siete años con la vella gossa. Una noche de Junio, Bibiana tomó un brebaje fermentado que ella misma preparaba. Las visiones eran terribles, caballos negros volando alrededor de ella, jinetes decapitados y cadáveres de niños que la llamaban. Cuando entró en la cabaña su anciana maestra se sorprendió de lo lejos que había llegado su alumna, la reprendió por ello y esta empezó a reir con una risa que heló la sangre a la própia gossa vella. La risa de la mujer parecía provenir del mismo infierno, la vieja se tapaba con fuerza los oidos y gritaba, Bibiana observaba el caldero enorme que rebosaba agua hirviendo en el fuego, su risa se tornó aún más macabra y siniestra, la anciana lloraba y balbuceaba temiendo su destino, mientras la sombra de Bibiana se agigantaba por momentos sacudida por el intermitente destello de la hoguera, su sombra crecía y crecía. Bibiana agarró a la vieja hechicera del pelo y soltando un alarido infernal, hundió la cabeza de la anciana en en el caldero de agua hirviendo. La vella gossa no opuso resistencia. Cuando finalmente Bibiana sacó su cabeza del agua, estaba roja, totalmente cocida, y sin pelo. Extendió el cuerpo inerte de la anciana sobre la mesa que habían compartido durante siete años. La desnudó, observó el cuerpo arrugado durante unos segundos y alargó la mano hasta alcanzar un gran cuchillo que usaba para despellejar animales. Pero esta vez iba a despellejar a un ser humano. Comenzó cortando una fina tira de carne de los brazos y se la metió en la boca, casi sin pensar se sentó delante de la vieja y siguió cortando y comiendo de aquí y de allá, por último sacó los ojos de sus cuencas y los devoró sin más, con la mirada perdida. La mujer permaneció así hasta la mañana siguiente, sacó los restos de la mujer y los enterró a poca profundidad, a escasos metros de la cabaña.
A las dos semanas de aquel incidente, Bibiana deambulaba por el bosque cuando oyó las risas de dos niños. Se acercó como una loba, en silencio, aquellos niños se habían acercado demasiado a la madriguera de la bestia. El niño de no más de 8 años buscaba a su hermana escondida. Pero no vio acercarse a una mujer con el pelo largo, rizado y sucio, por detrás, vestida con harapos y armada con una estaca afilada de un metro y medio de largo. En un golpe certero la estaca entró por la espalda del niño y salió por el pecho atravesando su corazón. La mujer se arrodilló junto a su presa y como un animal se dispuso a devorar allí mismo a su presa. En aquel momento, la niña, algo mayor que su hermano, descubrió la escena, se quedó paralizada de terror. Ni pudo ver claramente el momento en el que una bestia, que antes había sido persona se lanzaba sobre su cuello para acabar también con su vida.
Durante los dos siguientes años la cazadora humana no dudó en acercarse a los núcleos habitados en busca de alguna presa. A veces humana, otras algún animal.
El dia 24 de Marzo de 1940, Llorenç Bellver murió, atacado por uno de los hombres a los que había denunciado y que se escondía en el bosque. Como Llorenç Bellver había hecho buena amistad con los poderes de la nueva España, ese asesinato no sentó bien al teniente ocupado de mantener a raya a los combatientes escondidos por las montañas que todavía luchaban contra los militares franquistas. Al dia siguiente se organizó una partida para ir en busca del asesino. Cuando inspeccionaban la zona de la vecina población de Sant Joan de Vilatorrada encontraron una cabaña de madera y se acercaron con el propósito de confiscar lo que encontraran, alguna bota de vino o un queso tal vez. Pero lo que encontraron les dejó marcados para siempre. Una bruja vivía en esa cabaña que estaba adornada con huesos humanos, aparentemente de niños, colgados del techo, la mujer fue apresada y conducida al cuartelillo de Manresa, donde se identificó como Bibiana Bellver Martí, y confesó haber matado a la anciana y a los niños desaparecidos, aunque no supo precisar cuantos habían sido.
A los dos dias, el 26 de Marzo de 1940, un pelotón de fusilamiento acababa con la vida de Bibiana Bellver, la tía de Catalina Darnius Bellver. En la cabaña de Sant Joan encontraron los cuerpos de una anciana y once niños, de edades comprendidas entre los 5 y los 11. Desaparecidos entre 1936 y 1939.
Catalina y sus hermanos siguieron viviendo durante unos años en Barcelona con su madre, Constanza. Su padre, Ramón fue encarcelado en 1939 por defender la republica, y murió en la cárcel en 1943 en extrañas circunstancias. Constanza contaba con las posesiones de su padre que Un antiguo empleado de su padre gestionaba y le pasaba una cantidad mensual. Poco a poco fue recibiendo menos hasta que el antiguo empleado de su padre con el consentimiento de las autoridades franquistas se quedó con todo. Ramón y Lluis se ocuparon de un taller de tapicería que entonces fue el único sustento de la familia. Con el que pagaban el alquiler del gran piso de Barcelona.
Cuando entré en el piso de la calle consell de cent de Barcelona, Ramón y Lluis ya habían fallecido. El propietario afirmó que cuando murió la madre, Constanza, dejó escrito junto con el padre de este, que el alquiler estaba pagado indefinidamente, hasta que muriera el último de los habitantes de esa casa. Y así fue.
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